
La noción de virtualidad sana fue introducida por Jorge E. García Badaracco en el marco del psicoanálisis multifamiliar. Con ella se refiere al potencial de salud latente que existe en toda persona, incluso en quienes padecen trastornos mentales graves, y que puede desplegarse cuando las condiciones vinculares son suficientemente confiables y sostenedoras. Este principio se resume en la consigna “desarrollar lo sano para curar lo enfermo” (García Badaracco, 2005). La propuesta se aparta de una visión centrada exclusivamente en los déficits y coloca la atención terapéutica en los recursos que el paciente ya posee, aunque no siempre pueda reconocerlos o utilizarlos en su vida cotidiana.
Desde una perspectiva distinta, la psicología cognitivo-conductual (TCC) se ha consolidado como uno de los enfoques más estudiados y aplicados en la clínica contemporánea. Tradicionalmente orientada al tratamiento de síntomas específicos, la TCC ha ido evolucionando hacia modelos más amplios, que integran variables contextuales, emocionales y de regulación cognitiva. En este sentido, la pregunta que guía este artículo es si resulta posible extrapolar la idea de virtualidad sana al campo de la TCC, traduciendo este concepto psicoanalítico en términos compatibles con la investigación empírica y las prácticas basadas en la evidencia.
La primera correspondencia evidente se encuentra en la noción de resiliencia. Al igual que la virtualidad sana, la resiliencia alude a la capacidad de recuperación frente a la adversidad, entendida como un conjunto de recursos que pueden ponerse en juego para adaptarse a situaciones difíciles (Bonanno, 2004). La TCC, con sus procedimientos de activación conductual y reestructuración cognitiva, ha mostrado que es posible identificar y reforzar micro-conductas adaptativas ya presentes en el paciente, incluso cuando predominan la evitación o la inactividad (Beck, 1979). La virtualidad sana puede, entonces, ser interpretada como ese repertorio latente de respuestas sanas que la intervención busca hacer emerger y consolidar.
Otro puente conceptual aparece en la flexibilidad cognitiva, definida como la capacidad de modificar esquemas de interpretación rígidos y de adaptarse a contextos cambiantes. Diversas investigaciones han señalado que la flexibilidad cognitiva es un factor protector frente al malestar psicológico y un predictor de resultados positivos en psicoterapia (Dennis y Vander Wal, 2010; Gabrys et al., 2018). En el lenguaje de la TCC, las técnicas de mindfulness y de terapia de aceptación y compromiso promueven justamente este tipo de flexibilidad, ayudando al paciente a distanciarse de pensamientos automáticos desadaptativos y a abrir espacio para conductas más funcionales (Hayes et al., 2012). Así, lo que Badaracco denominaba “emergencia de lo sano” puede comprenderse como el incremento de flexibilidad en la organización cognitiva y conductual.
Este puente conceptual encuentra respaldo en la neurociencia contemporánea. La noción de virtualidad sana puede situarse en paralelo con la neuroplasticidad, es decir, la capacidad del sistema nervioso para reorganizarse a partir de la experiencia (Kandel, 2006). La práctica repetida de nuevas conductas en TCC genera cambios en los circuitos cerebrales que sostienen la regulación emocional, especialmente en la interacción entre la corteza prefrontal y estructuras límbicas como la amígdala (Gross, 2015). De esta manera, el “potencial de salud” descrito en términos psicoanalíticos se corresponde con la reserva funcional de redes cerebrales que permanecen disponibles aunque no se utilicen activamente. Lo sano no es una abstracción metafísica, sino un potencial biológico susceptible de activarse mediante aprendizaje y práctica deliberada.
La aplicación clínica de este marco resulta especialmente prometedora en pacientes con cuadros neuróticos, como la ansiedad, la depresión o las fobias. En lugar de enfocarse exclusivamente en la reducción de síntomas, la intervención puede dirigirse a activar y expandir conductas adaptativas que ya se encuentran presentes, aunque debilitadas o encubiertas. Por ejemplo, en un paciente con ansiedad social, el terapeuta podría identificar momentos en los que logra sostener una interacción breve con éxito (como pedir un café) y utilizarlos como base para una exposición gradual a situaciones más complejas. En la depresión, la activación conductual puede centrarse en retomar actividades de interés personal con alto valor reforzante, favoreciendo la experiencia de autoeficacia. En las fobias específicas, la exposición puede plantearse no solo como desensibilización, sino como un entrenamiento orientado a fortalecer habilidades de afrontamiento que ya se encuentran en estado latente.
Este modo de trabajar supone un cambio de foco terapéutico: de la enfermedad hacia la potencialidad, de la eliminación de déficits a la consolidación de recursos. En la TCC, esto se traduce en un análisis funcional que no solo identifica antecedentes y consecuencias de la conducta problemática, sino también las islas de competencia donde el paciente muestra conductas eficaces. A partir de ahí, se diseñan tareas que generalicen esas competencias, se fomenta un reencuadre cognitivo que favorezca su disponibilidad y se entrenan habilidades que aseguren su mantenimiento a largo plazo. De este modo, el principio psicoanalítico de la virtualidad sana se hace operativa como una práctica clínica concreta y medible.
La discusión de este planteamiento sugiere varias implicaciones. En primer lugar, confirma que modelos teóricos tradicionalmente enfrentados pueden dialogar si prevalece la dimensión clínica y se buscan equivalencias funcionales en el lenguaje. En segundo lugar, abre un campo de investigación empírica: se podrían diseñar ensayos de caso único que comparen intervenciones TCC estándar con intervenciones TCC orientadas explícitamente a la activación de la virtualidad sana, evaluando cambios en flexibilidad cognitiva, autoeficacia y regulación emocional. Por último, invita a incorporar medidas neurobiológicas que permitan correlacionar la emergencia de recursos adaptativos con cambios en conectividad cerebral, aportando evidencia objetiva a una noción originalmente formulada en el lenguaje psicoanalítico.
En conclusión, la virtualidad sana puede entenderse como un constructo puente entre psicoanálisis y psicología cognitivo-conductual. Traducida al lenguaje de la TCC, remite a la existencia de esquemas, conductas y capacidades adaptativas latentes que pueden ser convocadas y fortalecidas en el proceso terapéutico. Su correlato biológico puede rastrearse en la plasticidad neuronal y en la dinámica de redes de regulación emocional, lo cual legitima su uso en un marco empírico. Lejos de ser un simple trasplante de conceptos, la integración propuesta constituye una estrategia terapéutica centrada en las potencialidades, que puede enriquecer la práctica clínica con pacientes neuróticos y abrir nuevas líneas de investigación sobre el modo en que la salud mental se construye a partir del desarrollo de lo sano.
Bibliografía
- Beck, A. T. (1979). Cognitive therapy and the emotional disorders. Penguin.
- Bonanno, G. A. (2004). Loss, trauma, and human resilience: Have we underestimated the human capacity to thrive after extremely aversive events? American Psychologist, 59(1), 20–28. https://doi.org/10.1037/0003-066X.59.1.20
- Dennis, J. P., & Vander Wal, J. S. (2010). The cognitive flexibility inventory: Instrument development and estimates of reliability and validity. Cognitive Therapy and Research, 34(3), 241–253. https://doi.org/10.1007/s10608-009-9276-4
- Gabrys, R. L., Tabri, N., Anisman, H., & Matheson, K. (2018). Cognitive control and flexibility in the context of stress and depressive symptoms: The cognitive control and flexibility questionnaire. Frontiers in Psychology, 9, 2219. https://doi.org/10.3389/fpsyg.2018.02219
- García Badaracco, J. E. (2005). Psicoanálisis multifamiliar: Para curar la enfermedad mental desde la virtualidad sana. Revista de Psicoanálisis, 62(4), 889–900.
- Gross, J. J. (2015). Emotion regulation: Current status and future prospects. Psychological Inquiry, 26(1), 1–26. https://doi.org/10.1080/1047840X.2014.940781
- Hayes, S. C., Strosahl, K. D., & Wilson, K. G. (2012). Acceptance and commitment therapy: The process and practice of mindful change (2nd ed.). Guilford Press.
- Hofmann, S. G., & Hayes, S. C. (2019). The future of intervention science: Process-based therapy. Clinical Psychological Science, 7(1), 37–50. https://doi.org/10.1177/2167702618772296
- Kandel, E. R. (2006). In search of memory: The emergence of a new science of mind. W. W. Norton.
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