Pública Resumen
La recaída constituye uno de los fenómenos centrales y más complejos en los procesos de recuperación de las conductas adictivas. Aunque tradicionalmente ha sido abordada como un evento conductual o un fallo en la adherencia terapéutica, la evidencia clínica y teórica sugiere que la recaída presenta significados psicológicos diferenciados en función del momento evolutivo del tratamiento. El presente artículo propone una distinción conceptual y clínica entre recaídas tempranas, frecuentes en las fases iniciales del tratamiento, y recaídas tardías, que ocurren tras largos periodos de abstinencia y reorganización vital. Se argumenta que ambas implican procesos emocionales, cognitivos e identitarios cualitativamente distintos, con implicaciones relevantes para la intervención terapéutica. En particular, se sostiene que la recaída tardía no puede comprenderse únicamente desde modelos de prevención conductual, sino que requiere una lectura centrada en la identidad, el sentido de vida y la continuidad del yo.
Palabras clave: recaída, adicciones, identidad, vergüenza, recuperación a largo plazo, regulación emocional.
Introducción
La recaída ha sido históricamente conceptualizada como un elemento inherente al curso de los trastornos por uso de sustancias y otras conductas adictivas, integrándose progresivamente en los modelos contemporáneos de tratamiento (Marlatt & Gordon, 1985; Witkiewitz y Marlatt, 2004). Lejos de entenderse como un fracaso terapéutico, la recaída se reconoce actualmente como un proceso dinámico, multifactorial y no lineal, influido por variables neurobiológicas, psicológicas, sociales y contextuales (Volkow et al., 2016).
No obstante, gran parte de la literatura tiende a tratar la recaída como un fenómeno homogéneo, centrando el análisis en factores precipitantes, déficits en habilidades de afrontamiento o fallos en la regulación emocional. Esta aproximación, aunque útil, resulta insuficiente para explicar la vivencia subjetiva y el impacto psicológico de las recaídas que se producen tras largos periodos de abstinencia consolidada. La experiencia clínica sugiere que no todas las recaídas son vividas ni elaboradas del mismo modo, y que el momento evolutivo del proceso de recuperación resulta determinante para comprender su significado psicológico.
El objetivo de este artículo es profundizar en las diferencias clínicas entre recaídas tempranas y recaídas tardías, poniendo el foco en los procesos de culpa, identidad, propósito vital y andamiaje psicológico, y proponiendo implicaciones terapéuticas diferenciadas para cada caso.
Recaídas tempranas: culpa conductual y aceptación incipiente de la adicción
Las recaídas que ocurren en los primeros meses o años del tratamiento suelen darse en un contexto de aceptación parcial del trastorno adictivo. En esta fase, la persona se encuentra frecuentemente oscilando entre el reconocimiento cognitivo del problema y la persistencia de patrones automáticos de regulación emocional basados en la conducta adictiva (Prochaska y DiClemente, 1983).
Desde el punto de vista emocional, estas recaídas suelen acompañarse de culpa moral y conductual, asociada a las consecuencias visibles del episodio: gasto económico, engaño, transgresión de normas terapéuticas, daño interpersonal o pérdida de control (Tangney et al., 2007). Esta culpa, aunque dolorosa, puede cumplir una función adaptativa al señalar la discrepancia entre la conducta actual y los valores emergentes del proceso de recuperación.
En este estadio, la recaída puede conceptualizarse como un punto de fricción entre sistemas motivacionales en conflicto: por un lado, los circuitos neurobiológicos de recompensa y hábito, y por otro, una identidad en construcción que comienza a reconocerse como persona con un problema de adicción (Koob y Volkow, 2010). Desde esta perspectiva, la intervención terapéutica se beneficia de enfoques centrados en la prevención de recaídas, el entrenamiento en habilidades de afrontamiento, la identificación de desencadenantes y el fortalecimiento del compromiso con el tratamiento (Witkiewitz et al., 2019).
Recaídas tardías: fractura identitaria y vergüenza profunda
Las recaídas que se producen tras largos periodos de abstinencia —a menudo superiores a diez años— plantean un desafío clínico cualitativamente distinto. En estos casos, la persona no solo ha abandonado la conducta adictiva, sino que ha reorganizado su identidad, su red social y su proyecto vital en torno a una narrativa de recuperación consolidada (McIntosh y McKeganey, 2000).
Cuando ocurre una recaída en este contexto, el impacto psicológico no se limita a la transgresión conductual. La vivencia predominante suele estar asociada a una ruptura del relato identitario y de propósito: la sensación de haber traicionado una versión de sí mismo que se percibía como estable; la incredulidad al observar la emergencia de un yo del pasado que se consideraba superado; y una vivencia de indefensión y miedo al constatar que la parte adictiva no estaba plenamente aceptada ni integrada. Esta experiencia suele entrar en conflicto con el propio concepto de aceptación de la condición adictiva, llevando al sujeto a cuestionarse retrospectivamente su proceso de recuperación y la adecuación de las etapas transitadas. Este conjunto de vivencias se acompaña con frecuencia de vergüenza profunda, entendida no como una evaluación negativa de la conducta, sino como una evaluación global y descalificadora del yo; asimismo, aparece una sensación de vacío momentáneo vinculada a la ruptura de años de automanejo, coherencia identitaria y construcción de hábitos saludables (Gilbert, 2010).
A diferencia de la culpa, que se orienta a la reparación, la vergüenza tiende a promover conductas de ocultación, aislamiento, retirada social y desinversión en actividades previamente significativas, así como la interrupción temporal de rutinas, autocuidados y vínculos protectores. Estas conductas contribuyen a intensificar la sensación de vacío momentáneo y a debilitar el andamiaje psicológico construido durante años, incrementando significativamente el riesgo de cronificación y escalada del consumo (Dearing et al., 2005). En las recaídas tardías, la pregunta subjetiva dominante no suele ser “¿por qué he hecho esto?”, sino “¿qué dice esto de quién soy realmente?”.
Implicaciones clínicas: de la prevención conductual a la reconstrucción del sentido
La distinción entre recaídas tempranas y recaídas tardías no tiene únicamente valor descriptivo, sino que conlleva implicaciones clínicas directas para la evaluación, la formulación del caso y la intervención terapéutica. Mientras que en las fases iniciales del tratamiento los modelos de prevención de recaídas centrados en el control de estímulos, el entrenamiento en habilidades y el manejo del craving resultan generalmente adecuados, en las recaídas tardías dichos modelos deben ampliarse e integrarse dentro de un marco más comprensivo, que atienda a los procesos identitarios, emocionales y de sentido que sostienen la recuperación a largo plazo. En este contexto, la intervención clínica se desplaza progresivamente desde una lógica predominantemente conductual hacia una lógica de reconstrucción del significado, sin renunciar por ello al abordaje de la conducta.
Uno de los riesgos principales en el tratamiento de las recaídas tardías es aplicar de forma acrítica estrategias diseñadas para fases tempranas del proceso, lo que puede intensificar la vivencia de fracaso, la vergüenza y la desconexión terapéutica. Por el contrario, una intervención ajustada requiere identificar qué es lo que se ha visto comprometido en el equilibrio psicológico del sujeto y qué funciones cumplía la abstinencia dentro de su organización vital. A continuación, se desarrollan dos ejes clínicos fundamentales que permiten orientar este abordaje integrador.
La diferenciación explícita entre identidad y episodio
En el abordaje de las recaídas tardías, la diferenciación entre identidad y episodio constituye un eje clínico prioritario. El principal factor desorganizador no es únicamente la conducta de consumo en sí misma, sino la tendencia del sujeto a colapsar el significado del episodio en una conclusión global y definitiva sobre el yo. En términos psicopatológicos, la recaída suele activar procesos de sobregeneralización, autodevaluación y autoestigmatización, mediante los cuales un evento circunscrito es interpretado como evidencia de una identidad defectuosa o como prueba retrospectiva de que el proceso de recuperación previo fue ilusorio o insuficiente. Esta fusión narrativa entre “lo ocurrido” y “lo que soy” incrementa de manera significativa la vergüenza, la desesperanza y la evitación interpersonal, factores estrechamente vinculados a la cronificación del consumo (Dearing et al., 2005; Gilbert, 2010).
Desde el encuadre terapéutico, diferenciar identidad y episodio implica sostener una posición clínica compleja pero fundamental: reconocer la gravedad del episodio y la necesidad de asumir responsabilidad por sus consecuencias, sin permitir que dicho episodio se convierta en un veredicto ontológico sobre la persona. Esta doble afirmación, el reconocimiento del daño y la preservación de la continuidad identitaria, resulta especialmente difícil de tolerar para el paciente, pero constituye una condición necesaria para evitar que la recaída derive en una ruptura total del vínculo terapéutico y de la red de apoyo.
En términos narrativos, el trabajo clínico consiste en reubicar la recaída como un acontecimiento significativo dentro de una trayectoria vital más amplia, evitando que funcione como un punto de reescritura total del relato personal. La integración del episodio se orienta así a comprenderlo como información relevante acerca de vulnerabilidades reactivadas, necesidades no atendidas o cambios contextuales críticos, más que como una prueba de una identidad irrecuperable. La externalización del problema y la reconstrucción narrativa del proceso de cambio han mostrado ser herramientas útiles para disminuir la fusión entre persona y conducta problemática, favoreciendo la agencia y la reanudación del proceso terapéutico (White y Epston, 1990).
Asimismo, esta diferenciación cumple una función relacional esencial. La identidad de recuperación no se construye únicamente de forma intrapsíquica, sino también a través del reconocimiento social y la pertenencia a comunidades terapéuticas o redes prosociales. Cuando la recaída amenaza esta identidad, el sujeto puede experimentar una sensación intensa de ilegitimidad para seguir perteneciendo o pedir ayuda. La evidencia sugiere que restaurar la continuidad de pertenencia y el sentido de legitimidad tras una recaída es un factor protector clave en la recuperación a largo plazo (Best et al., 2016).
La exploración de la función emocional subyacente
Un segundo eje clínico fundamental en el abordaje de las recaídas tardías es la exploración de la función emocional que cumple la conducta adictiva en el momento del episodio. A diferencia de las recaídas tempranas, donde el análisis funcional suele centrarse en disparadores relativamente identificables, en las recaídas tardías la conducta aparece con frecuencia como respuesta a una disrupción interna más difusa, prolongada o difícilmente simbolizable. En este sentido, la recaída puede entenderse como una solución aprendida de regulación afectiva ante estados que el sujeto experimenta como inabordables mediante las estrategias de automanejo desarrolladas durante años de abstinencia.
Desde los modelos neuroconductuales, se reconoce que la vulnerabilidad a la recaída persiste a largo plazo debido a la consolidación de circuitos de aprendizaje y hábito, así como a la sensibilización a claves asociadas al consumo (Koob y Volkow, 2010; Volkow et al., 2016). No obstante, en las recaídas tardías el foco clínico no puede limitarse a la reactivación del craving. Resulta esencial analizar el contexto psicológico en el que dicha reactivación adquiere fuerza suficiente para traducirse en conducta, atendiendo a estados internos como ansiedad sostenida, vacío subjetivo, anhedonia, irritabilidad, desesperanza o desconexión interpersonal, y al significado que la conducta adictiva adquiere como estrategia de afrontamiento (Witkiewitz y Marlatt, 2004; Witkiewitz et al., 2019).
Clínicamente, esta exploración se beneficia de un análisis en dos niveles complementarios. En un primer nivel microprocesual, se reconstruyen las secuencias inmediatas del episodio: pensamientos, estados somáticos, afectos predominantes y decisiones aparentemente menores que preceden al consumo. En un segundo nivel macro, especialmente relevante en recaídas tardías, se examinan procesos vitales más amplios, como transiciones de rol, pérdidas significativas, duelos no elaborados, crisis de sentido, desgaste por sobreadaptación o deterioro progresivo del soporte social. En muchos casos, la recuperación prolongada se ha sostenido sobre un andamiaje de rutinas, responsabilidades y pertenencias que organizan la vida cotidiana; cuando dicho andamiaje se ve erosionado, el sujeto puede experimentar una caída abrupta del sentido de coherencia y eficacia personal.
Un elemento particularmente relevante en este contexto es el peso psicológico del rol de “persona recuperada”. Si bien la identidad de recuperación y el reconocimiento social asociado a ella actúan como factores protectores, este rol puede volverse disfuncional cuando se vive como mandato de invulnerabilidad o autosuficiencia, limitando la expresión de necesidad, vulnerabilidad o ambivalencia emocional. Bajo estas condiciones, el mantenimiento del equilibrio psicológico puede requerir un esfuerzo de control excesivo que, ante la acumulación de estresores, termina colapsando. La recaída puede operar entonces como una vía abrupta de escape de un sistema de control rígido, en el que el consumo aparece como la estrategia más accesible para interrumpir un estado interno vivido como insoportable (Best et al., 2016).
Finalmente, la exploración de la función emocional debe integrar de forma explícita el trabajo sobre significado y propósito vital. La disrupción del propósito, descrita previamente como núcleo fenomenológico de la recaída tardía, se manifiesta con frecuencia como desorientación existencial o desconexión de valores, incrementando la vulnerabilidad a conductas orientadas al alivio inmediato. Las intervenciones basadas en mindfulness y aceptación han mostrado eficacia para reducir la reactividad al craving y promover una relación más flexible con los estados internos difíciles (Witkiewitz et al., 2019). No obstante, en recaídas tardías estas intervenciones resultan más eficaces cuando se articulan con procesos de reconstrucción del proyecto vital, reactivación de fuentes de sentido y fortalecimiento del andamiaje psicológico que sostiene la continuidad del yo.
Desde esta perspectiva, la recuperación a largo plazo no se define por la ausencia absoluta de recaídas, sino por la capacidad de restablecer la continuidad psicológica del yo tras una ruptura, preservando el sentido, la pertenencia y la dignidad personal.
Conclusiones
La recaída no constituye un fenómeno unitario ni psicológicamente equivalente en todos los momentos del proceso terapéutico. Las recaídas tempranas y tardías difieren de manera sustancial en su vivencia emocional, su significado identitario y sus necesidades clínicas. Reconocer esta diferencia resulta esencial para evitar intervenciones reduccionistas que, en el caso de recaídas tardías, pueden intensificar la vergüenza y el aislamiento del paciente.
Una comprensión profunda de la recaída tardía exige desplazar el foco desde la mera conducta hacia la identidad, el sentido y la continuidad del yo. Solo desde esta mirada integradora es posible acompañar procesos de recuperación verdaderamente sostenibles y humanizados en el largo plazo.
Referencias
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