
Lo paradójico de los espacios abiertos es que invitan a mirar hacia el interior. Enfrentados al infinito, ya sea a través del cielo nocturno, el océano sin límites o una llanura sin fin, los seres humanos experimentamos una forma singular de confrontación con lo que no se puede abarcar. Esta experiencia, que desborda los marcos de comprensión habituales, suele ser relegada al ámbito de lo inefable, lo místico o lo filosófico. Sin embargo, desde una perspectiva psicológica contemporánea, cabe preguntarse si este «desborde» no representa también una frontera aún inexplorada del conocimiento humano.
En este contexto surge la hipótesis que articula el presente artículo: si la psicología logra desarrollar herramientas para integrar aquello que ahora se sitúa más allá de la comprensión racional (lo inabarcable, lo infinito, lo inefable), se abrirá la posibilidad de transformar la psique humana, particularmente en su relación con trastornos como la ansiedad, la depresión o la desconexión existencial. Esta propuesta se inscribe dentro de una línea emergente de pensamiento que considera al sujeto no como un sistema cerrado, sino como un ente permeable a la trascendencia y a los grandes interrogantes del universo.
El presente artículo explora el papel de lo inabarcable en la constitución psíquica del sujeto, propone una posible psicología del infinito como marco de intervención, y revisa aportes teóricos clave desde la psicología humanista, existencial, fenomenológica y cognitiva contemporánea. Se argumenta que abrir la puerta a lo inefable, lejos de ser una amenaza para la coherencia del yo, puede ser un camino para la expansión psíquica y la superación de estados emocionales bloqueados o crónicos.
El enfrentamiento con lo inabarcable, ya sea una experiencia estética, una revelación científica o una vivencia existencial profunda, despierta una emoción primaria: el asombro. Según Keltner y Haidt (2003), el asombro es una emoción compleja que emerge ante la percepción de una vastedad que trasciende los esquemas mentales del individuo. Lejos de ser una emoción marginal, el asombro ha demostrado tener efectos positivos sobre el bienestar, la percepción del tiempo, la conexión con los otros y la apertura a nuevas perspectivas (Stellar et al., 2018).
Desde la perspectiva existencial, el contacto con lo ilimitado puede provocar vértigo o angustia, como describió Heidegger (1993) en su análisis del ser y la finitud. Estas experiencias, aunque desestabilizadoras, son también potencialmente reveladoras: empujan al sujeto a preguntarse por su lugar en el universo y por el sentido de su existencia. Tal como afirmaba Viktor Frankl (2004), incluso en medio del sufrimiento extremo, el ser humano conserva la capacidad de encontrar un sentido, muchas veces despertado precisamente en el borde de lo comprensible.
La psicología ha tendido históricamente a evitar el abordaje de lo inefable por considerarlo fuera del alcance metodológico de la ciencia empírica. No obstante, diversos enfoques, como la psicología transpersonal, la psicología de las experiencias cumbre (Maslow, 1964) o las investigaciones recientes sobre espiritualidad y neurociencia, han comenzado a abrir caminos posibles.
Muchas experiencias religiosas o místicas tienen un carácter profundamente psicológico, y su impacto subjetivo puede ser duradero y transformador. Desde otro enfoque, Damasio (2018) ha mostrado que la conciencia no se limita al lenguaje o la lógica, sino que emerge de una red compleja de emociones, sensaciones corporales y experiencias que muchas veces escapan al control racional.
Lo inabarcable, si no se integra, puede volverse fuente de angustia o disociación. Pero si se logra contener e interpretar dentro de un marco simbólico o experiencial adecuado, puede convertirse en un motor de transformación interna. Esta es una idea central en enfoques como el de la psicología profunda de Jung (1959), donde los arquetipos universales representan formas simbólicas que permiten mediar entre lo inconsciente colectivo y la conciencia individual.
Por su parte, modelos contemporáneos como la cognición encarnada (Varela et al.1991) sugieren que la mente no es un sistema computacional cerrado, sino una red dinámica en constante interacción con el entorno, el cuerpo y las emociones. Esto abre la puerta a que ciertas experiencias, aun cuando no sean comprensibles en términos lógicos, puedan generar reorganizaciones profundas del psiquismo, siempre que se les ofrezca un marco de integración.
En contextos clínicos, el sufrimiento psíquico suele estar asociado a una percepción de reducción del mundo: el paciente deprimido pierde el horizonte del sentido, la persona con ansiedad queda atrapada en bucles de control, y quien sufre desconexión existencial experimenta una suerte de «desencantamiento» del mundo (Han, 2012). Ante este panorama, proponer un acceso guiado a experiencias de amplitud, como contemplación del cielo, exploración de preguntas fundamentales, o vivencias de inmersión estética o natural, puede constituir un recurso terapéutico. Ya existen líneas de trabajo que lo demuestran, como las terapias basadas en mindfulness, en compasión (Neff y Germer, 2013) o en contacto con la naturaleza (Capaldi et al. 2014).
Más allá de estas propuestas, integrar el infinito, lo misterioso o lo no-racional como parte del proceso terapéutico puede devolver al sujeto una sensación de apertura, posibilidad y conexión. En lugar de temer al desborde, podríamos comenzar a usarlo como herramienta.
La hipótesis que guía este artículo plantea que el contacto consciente con lo inabarcable (aquello que excede las categorías racionales) puede ser no solo estudiado por la psicología, sino también integrado como herramienta transformadora. Lejos de tratarse de una idea abstracta o meramente filosófica, esta propuesta encuentra resonancias tanto en la literatura psicológica clásica como en los desarrollos recientes de la ciencia cognitiva, la fenomenología y las psicoterapias de tercera generación.
Desde la perspectiva del asombro y las emociones auto-trascendentes, el contacto con lo vasto induce estados mentales que amplían la percepción del yo y reconfiguran el modo en que los sujetos se vinculan con el mundo (Keltner & Haidt, 2003; Stellar et al., 2018). Estas experiencias, al provocar un descentramiento del ego, pueden interrumpir patrones rígidos de pensamiento característicos de estados depresivos o ansiosos. En otras palabras, lo inabarcable puede funcionar como un “interruptor simbólico” que favorece la apertura cognitiva y emocional.
Por otro lado, desde la psicología existencial, el vacío y la finitud no son patologías a eliminar, sino condiciones esenciales de la existencia que, cuando son enfrentadas con conciencia, abren la posibilidad de una vida más plena (Frankl, 2004; Han, 2012). El problema aparece cuando estas dimensiones se viven desde la incomprensión o el miedo, lo que puede desencadenar una huida hacia sistemas cerrados de sentido, ya sean ideológicos, adictivos o emocionales, que refuercen el malestar. Por tanto, el papel del terapeuta podría ampliarse a acompañar al sujeto en el reconocimiento, contención e integración simbólica de estas dimensiones inabarcables.
Además, la psicología cognitiva contemporánea ha comenzado a cuestionar los límites de la racionalidad clásica, reconociendo que procesos como la intuición, la emoción y la percepción corporal influyen decisivamente en la construcción del conocimiento y el sentido (Damasio, 2018; Varela et al., 1991). Este giro hacia una “razón encarnada” habilita nuevas formas de abordar experiencias que antes eran consideradas extrapsicológicas o simplemente “inefables”.
Todo lo anterior sugiere que existe un territorio fértil para una psicología que no solo estudie lo que se puede medir, sino también lo que se puede sentir, intuir y resignificar. Esto no significa renunciar al rigor científico, sino ampliar sus métodos y marcos para incluir fenómenos subjetivos complejos, como el asombro, el vértigo ante lo infinito, la conexión con el misterio o la vivencia de lo trascendente.
Como conclusión; este artículo ha defendido la idea de que la psicología está en condiciones de cruzar una nueva frontera: la integración de lo inabarcable como dimensión legítima de la experiencia humana y, por tanto, como objeto de estudio y herramienta terapéutica. A partir de una revisión teórica transdisciplinar, se ha argumentado que: (1) Lo inabarcable genera emociones con un fuerte impacto psíquico, que pueden ser adaptativas si se les ofrece un marco de integración. (2) Estas experiencias pueden tener valor clínico, especialmente en contextos donde la psique se encuentra cerrada, rígida o atrapada en patrones circulares de sufrimiento. (3) Incorporar el estudio de lo inefable no implica abandonar la ciencia, sino ampliarla, reconociendo que lo subjetivo y lo simbólico forman parte esencial del ser humano.
A la luz de estos argumentos, se propone abrir una línea de trabajo denominada psicología del infinito, cuyo objetivo sea el estudio, la contención y la integración terapéutica de aquellas vivencias que desafían los límites del yo. Esta propuesta busca no solo ofrecer nuevas herramientas clínicas, sino también recuperar una dimensión olvidada de la psicología: su vocación de acompañar al ser humano en su búsqueda de sentido, incluso (y especialmente) cuando esa búsqueda transcurre por caminos que no pueden ser completamente comprendidos, pero sí profundamente sentidos.
Bibliografía
Capaldi, C. A., Dopko, R. L., & Zelenski, J. M. (2014). The relationship between nature connectedness and happiness: A meta-analysis. Frontiers in Psychology, 5, 976. https://doi.org/10.3389/fpsyg.2014.00976
Damasio, A. (2018). El extraño orden de las cosas: La vida, los sentimientos y la creación de la cultura. Destino.
Frankl, V. E. (2004). El hombre en busca de sentido. Herder.
Han, B. C. (2012). La sociedad del cansancio. Herder.
Heidegger, M. (1993). Ser y tiempo (J. Gaos, Trad.). Fondo de Cultura Económica. (Obra original publicada en 1927)
James, W. (2006). Las variedades de la experiencia religiosa. Ediciones Península. (Obra original publicada en 1902)
Jung, C. G. (1959). Los arquetipos y lo inconsciente colectivo. Paidós.
Keltner, D., & Haidt, J. (2003). Approaching awe, a moral, spiritual, and aesthetic emotion. Cognition and Emotion, 17(2), 297–314. https://doi.org/10.1080/02699930302297
Maslow, A. H. (1964). Religions, values, and peak-experiences. Ohio State University Press.
Neff, K. D., & Germer, C. K. (2013). A pilot study and randomized controlled trial of the Mindful Self‐Compassion program. Journal of Clinical Psychology, 69(1), 28–44. https://doi.org/10.1002/jclp.21923
Stellar, J. E., Gordon, A. M., Piff, P. K., Cordaro, D., Anderson, C. L., Bai, Y., … & Keltner, D. (2018). Self-transcendent emotions and their social functions: Compassion, gratitude, and awe bind us to others through prosociality. Emotion Review, 9(3), 200–207. https://doi.org/10.1177/1754073916684557
Varela, F. J., Thompson, E., & Rosch, E. (1991). The embodied mind: Cognitive science and human experience. MIT Press.